El 11 de mayo de 1974, al salir de la misa en la Iglesia San Francisco Solano de Mataderos, fue asesinado el padre Carlos Mugica, ejemplo de entrega hacia los que más necesitan.
Era conocido como el cura villero pues su tarea se desarrollaba dentro de la Villa 31 de Retiro, conteniendo
a chicos, jóvenes y adultos mediante el mensaje cristiano de paz,
mientras tendía sus manos solidarias para ayudar en la adversidad
económica.
Carlos Mugica fue acribillado a balazos en la puerta de la iglesia por parte de quienes pretendían intimidar y silenciar al Pueblo a través de las armas.
Sus restos descansan en la Parroquia Cristo Obrero, templo que creó y
construyó junto a los vecinos de la Villa 31, desde 1968 hasta su
inauguración en diciembre de 1970.
A pesar de su desaparición física, la obra del cura villero se mantuvo viva. El
esfuerzo del Padre Carlos Mugica no fue en vano, formaba parte del
Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, una corriente dentro de
la Iglesia Católica inspirada en el Concilio Vaticano II, que enarboló la opción por los pobres como perspectiva y desarrolló su tarea en villas de emergencia y barrios humildes.
El ejemplo de Mugica, verdadero mártir, permite que su mensaje tenga
vigencia hasta nuestros días, cuando los barrios enfrentan el flagelo de
la drogadependencia y los curas villeros siguen poniendo cuerpo y corazón para mejorar las condiciones de vida de los sectores que más necesitan.
Los tiempos que vivimos deben tomar en cuenta estas experiencias y al
hablar a Mugica no podemos dejar de advertir sobre los enfrentamientos
políticos que lejos de ayudar, abren más heridas. Hoy evocamos la labor
de un cura villero que tuvo un destino trágico, para recordarnos lo
injusto e inútil que es apelar a la violencia para dirimir posiciones
políticas.
El sufrimiento de nuestro pueblo es una constante que se profundiza cuando la desunión reina en la comunidad. De la única manera que vamos a salir de esta crisis es trabajando unidos, solidariamente, como predicaba Mugica.
A. Arcuri